Como la de Ángel (de 5 años de edad), que padecía de un problema en su columna vertebral y llegó al CORI en silla de ruedas. Él vivía en Estados Unidos, en donde los médicos habían dictaminado que jamás podría caminar…
Nuestros médicos le recomendaron someterse a una cirugía en un hospital independiente a CORI. Cuando se recuperó de la intervención quirúrgica, lo tratamos alrededor de un año y medio, con terapia física y psicológica. Un día, como regalo de despedida, le obsequiamos un balón, que pateó con júbilo, mientras se apoyaba en un par de muletas.
O la de Naomí (de 10 años de edad), con síndrome de Down y que vivía postrada en una silla de ruedas. Descubrimos que no tenía ningún daño neurológico ni músculo-esquelético que le impidiera caminar. Su problema radicaba en los cuidados excesivos que le brindaban en su hogar. Estaba sobreprotegida. Colocamos su silla de ruedas en la recepción del CORI, y la retamos a que se levantara y caminara por los pasillos hasta llegar al área de rehabilitación física. Varias personas de las que trabajamos aquí formamos una valla humana que la animaba, como a los corredores de maratón: «¡Ánimo, tú puedes!», «¡otro paso Naomí!» ―le gritábamos. En aquella ocasión, la niña recorrió una distancia de veinte metros en media hora. El día de hoy, “camina lento” ―comparada con una persona en plenitud física―, y también, baila, al compás de la música que se escapa de una bocina portátil que le regalamos.
Rafa (de 8 años de edad), que llegó a nuestras instalaciones con la parte superior de su cabeza sin cabello, calva, porque desde los dos años se lo jalaba, hasta arrancárselo. Hicimos una evaluación psicológica y detectamos que el niño vivía en situación de mucho estrés, desde la gestación. Descubrimos que, en sus crisis, se ponía “como Hulk”, según sus propias palabras. Un día, le pedimos que se provocara una crisis, ahí, frente a nosotros. Lo pudo hacer, de la nada se provocó el arrebato. Entonces, descubrió que él tenía el control sobre su emocionalidad, así como se podía provocar una crisis, la podía resolver sin lastimarse. O evitarla. Lo tratamos varios meses con terapia de relajación. Un día, cuando ya tenía el cabello bastante crecido… lo dimos de alta.
Para desarrollar más historias de éxito, necesitamos pagar: los sueldos de doctores, terapeutas y administradores, consumibles para las terapias, insumos químicos para limpieza, mantenimiento de vehículos y, electricidad, que se consume de manera intensiva para el calentamiento del agua de las tinas y el tanque de hidroterapia.
Tú puedes ayudarnos para que una de estas personitas en condiciones desfavorables de salud y economía puedan: ir a la escuela sin sufrir burlas o acoso, caminar de manera independiente, mejorar su digestión, controlar sus sentimientos, pronunciar la “rr”, disminuir el dolor muscular, evitar la deformación ósea o de articulaciones…
¡Tú puedes ayudarnos a crear mejores historias de vida!
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